miércoles, 13 de agosto de 2008

ARRASTRANDOME.

Arrastrándome por rastrojos y espinas incandescentes que rajan las palmas mis manos y salen de entre mis dedos; mientras, me sangran las piernas. Atravieso ríos, de locura, ríos de sangre y saliva, ríos de vanaglorias e ilusiones rotas, ríos de podredumbre humana, de rencor, odio. Alimañas salen despedidas de ellos, rasgan mis vestiduras, me arrancan la piel a dentelladas, descarnan mi humanidad. Intento llegar a la cima, y bajo mí encuentro el abismo de desolación que la pasión ha creado. Las cuencas de mis ojos están vacías, los cuervos me los arrancaron hace días. Por la frente me chorrea la misma sangre, espesa, negra, visceral; mis entrañas esparcidas por el mundo se hacen paso entre el barro, y lloro. Pero consigo atisbar, allá a lo lejos, cubierto por viscosa oscuridad, su morada, aun no se que voy a hacer cuando la alcance. Estoy desnuda y no me importa, ya no es cuerpo sino olvido, sino dolor, el sufrimiento late tan fuerte que las bestias se atemorizan por su rumor. Quiero gritar. Grito, ¡grito! Lo más fuerte que puedo, noto como se desgarra mi garganta y el sonido, ensordecedor, sale haciendo el amor con mi furia. Veo cómo tiembla el cielo, como se desploma ante mí, las llamas ya se están acercando, y cuanto más grito más quiero seguir gritando, porque me has matado, porque me has arrancado la vida con tanta voracidad que aún siento su candor. ¿Es qué no me escuchas? ¡Escúchame! ¡Qué me has arrancado la vida! ¿No lo entiendes?
Llevo caminando años, cientos de años, miles de años; muchos de ellos sin píes y mis muñones se extienden fuera de mi como falanges infernales, dolorosas insoportables. El pasmo de las extremidades quebradizas suena al compás de la destrucción que dejo a mi paso. Y se está haciendo de noche, la odio, la amo, es cuando aparecen ellos, esmeraldas ansiosas, que se alimentan de mí, y mientras me devoran parezco saciada. Esos ojos verdes, ese destello de lujuria que me arrastra, me destruye, me hace sentir tanto placer, tanto deseo que convulsiono, se hinchan mis pechos, mis labios sienten su presencia, la saborean, la buscan, mi lengua se pasea inquieta, pero no debo dejar que me domine. Deseo huir, corro sin mirar atrás, quiero avanzar más rápido que el sol, volar, pero la realidad me limita, siempre lo hace. Siempre me posee en la trémula y oscura noche. Después no recuerdo su cara, sólo sus ojos verdes, verdes como el miedo. Después siento la suciedad de su lengua viperina, siento asco.
En un tiempo atrás tuve una familia, un hijo, un marido, una madre, un padre, pero me comieron, me devoraron o los devoré yo. No lo sé porque la incertidumbre me ciega. El no saber el como ni el donde ni el cuando ni el porque de esta desesperación. Desesperación cantada con música de miserere, entonada con son de muerte. Pero sí, debo morir, pero tú vendrás conmigo, aún no se como ni donde pero te alcanzaré. Porque siempre me has abandonado y poseído cuando has querido, y no sólo a mí sino a muchas más como yo, las has destrozado, demonio, primero con tus palabras, luego con tu misterio y al final con tu verga, pero has encontrado la horma de tu zapato, porque me amas, sé que me amas, quizás más que yo a ti.
Estoy admirando tu morada, ese maravilloso castillo de piedra negra erguido sobre el volcán prohibido, donde está la entrada, ya me queda poco para alcanzarla, he tenido que matar a demasiada gente para conocer su camino. Llevo dos espadas colgadas del hombro, espero que reconozcas sus inscripciones, y la sangre que llevan incrustada. Seguro que estás sentado en tu trono de maldad, pensando que ahí nadie te puede hacer daño. Cuan equivocado estás. Espero encontrar a tus guardas. Pintaré las jambas de todas tus puertas con su sangre y la sangre de la que ahora está en tu lecho, porque siempre hay alguna. No descansaré hasta saciarme, tú me has convertido en esto y tú vas a pagar por ello, serré mis alas por ti, apagué mi luz por ti. Pero sé que me amas, más que yo a ti, se que no podrás hacerme daño, lo sé.
Recuerdo aquella noche, aquella única noche, cuando todo empezó.
Tus manos, cual sinfonía, acariciaban todo mi aterciopelado cuerpo, sin dejar un resquicio, un hueco. Fuera llovía enfurecidamente, el cielo rugía y te maldecía. Tus labios ardientes, ansiosos rozaban los míos, los mordían con la voracidad del hambre; absorbías mi aliento secándome, pero mi fuente nunca se acababa. Llorabas, llorando me amas. Porque me amas, lo sé por tus ojos, lo sé porque estas unido a mí con un lazo más fuerte, más depravado que Dios no puede romper. Qué sabor tiene el placer prohibido, lo paladeabas, mientras, me deshacía por dentro, sufría, enmudecía, sabía cual era mi destino y es mi destino, y me agarré con brazos y piernas a él, me aferré a tu cuerpo con tanto ahínco que gritaste agónicamente, y el placer me ahogaba, placer que entristece, placer que me hace más fuerte que tú, en el fondo sabes que estás a mis pies, lo descubrí hace poco, pero tú ya lo sabías. No te miré a los ojos, me lo pediste, pero no accedí. Mi luz se apaga cada vez que intento besarte. Yací muriendo en aquel impresionante dormitorio, en aquella cama dosel con sábanas rojas, y mi sangre blanca resbalaba hasta el suelo, hasta que no quedó ni una gota, ni un ápice de humanidad dentro de mis venas, acariciabas mi vida entre tus dedos regocijándote en tu nueva conquista, en tu nueva señora del mal, en la más poderosa, pero se te escapó.
El cómo se escapa a mi percepción, lo desconozco. Dormía, creo, tenía un sueño de lujuria, uno de esos que llevaba teniendo hace tiempo, mucho tiempo, donde me poseían, donde me obligabas a esclavizar a las personas desconocidas para saciar mi sexo. Sueños donde me enseñaste todas las artes- ahora te arrepientes-. Pero siempre sueños sin sentido para mi vida diaria, nunca llegué a imaginar que alguien podría hacer eso.
Recuerdo que era feliz, pero no lo sabia, sentía un vacío que no llenaba ningún amor, un hueco, un agujero infinito.
Creí que conocía el sufrimiento, creí que sabía cómo era el fuego, cómo podían doler las entrañas cuando te arrancan el corazón por la boca, lo creí ingenua. Porque las palabras se agolpan en mi pecho y no puedo hablarlas, no puedo decirlas, por miedo, quizás, por desesperación, porque esta desesperación se agolpa en mis adentros y no puedo escupirla, no puedo tragarla, vive siempre en mi garganta. ¿Puede ser amor? Que enfermedad padezco que muero, vivo la muerte pero sin la misericordia de su descanso. Y cuando cierro los ojos veo los suyos, no puedo dejar de mirarlos de ansiarlos, la obsesión obsesiona mi anhelo, el anhelo de mi obsesión obsesionada. El fruto de mi venganza no hallada pronto llegará a su madurez, y la paladearé.